En la historia de nuestra literatura tenemos tres clásicos: el Inca Garcilaso de la Vega, Ricardo Palma y César Vallejo. De ellos, es Ricardo Palma quien encarna la alegría y la anécdota en sus tradiciones. Sus obras han traspasado nuestras fronteras y el idioma mismo que usaron, siendo ellas representativas de nuestra manera de ser y sentir.
A propósito de anécdotas, podemos anotar que sus padres, don Pedro Palma y doña Dominga Soriano, le pusieron por nombre <<Manuel>>; más él a los quince años, quizás por no gustarle, lo cambió por el de <<Ricardo>>, tal como es conocido. Nació un 7 de febrero de 1833, en la calle hoy conocida como Jirón Puno, en pleno corazón de Lima.
Fue un poeta aceptable, periodista, político y burócrata; también el cronista de toda una generación de escritores e historiadores. Por sobre todo ello impuso su enorme amor por la patria, pues se batió durante el Combate del 2 de mayo (donde milagrosamente salvó de morir al lado de Gálvez en la Torre de la Merced, debido a que minutos antes había salido llevando una correspondencia urgente para los combatientes), así como en los campos de batalla para detener al invasor chileno durante la invasión a Lima. Al culminar la guerra se encargó de la reconstrucción de nuestra biblioteca.
En los años que realizó esta labor, con pasión y quizás los más hermosos de su vida, fue conocido como el <<bibliotecario mendigo>>, debido a que recurrió a diversas instituciones nacionales y personas para restaurar y conseguir nuevos títulos de libros y colecciones que se habían perdido durante la ocupación chilena de la Biblioteca Nacional y otros centros culturales.
Palma escribió poesía y teatro, además de comedias costumbristas. Algunos de sus libros fueron “Armonía”, “Pasionarias”, “Neologismos y Americanismos”, “Papeles Lexicográficas”; pero la obra que le perennizó fueron sus famosas “Tradiciones Peruanas”, un género que él llevo a su más alta expresión.
La tradición es una leyenda sobre un episodio histórico, generalmente romántico, una anécdota o un artículo costumbrista de cualquier época de nuestra vida nacional, un refrán o una copla, que él escribe con lenguaje popular y más castizo. Tiene de agregado el suspenso, el humor, la picardía y la irreverencia.
Con temas de nuestra historia, nos va dando un Perú alegre, risueño, también serio, con cierta sátira. Nadie como él ha hecho presente nuestra historia.
Poco antes de morir escribió una autobiografía. Cuenta su hija Angélica que cerró los ojos tranquilo, que al poco rato le oyó suspirar profundamente; al acudir todos sus familiares, le hallaron muerto. El almanaque señalaba el seis de octubre de 1919.
Los funerales, el duelo y los homenajes fueron extraordinarios y solemnes, correspondientes a un Ministro de Estado, declarándose duelo nacional además. Todo ello no concordaba con el epitafio burlón que él imaginó debía llevar su tumba: <<Aquí yace un peruano escribidor, que no fue coronel ni fue doctor…>>.